De aves, rarezas y retornos a las aulas

Milena Karin Mazzieri es estudiante de la Licenciatura en Astronomía, el jueves de la semana pasada se dirigió a la SAE para realizar un trámite pero sucedió algo sorprendente.

La Facultad tiene su ritmo, su rutina. Lo cotidiano se construye con quienes habitamos regularmente estas paredes. La comunidad, ese enjambre difuso, arrastra hasta nuestras instalaciones sus ilusiones, frustraciones, anhelos, recuerdos y conquistas. Un rompecabezas de relatos con un punto espacial en común: la FAMAF.

Pero más allá de aquello que sucede en las mentes de quienes caminamos la Facultad, del tránsito que acontece día a día en una repetición que a veces ciega la percepción de lo nuevo (es la mirada, qué duda cabe, la que descubre algo nuevo), en algunas oportunidades un hecho insólito nos saca de cierto aletargamiento. Allí confluyen, coagulan y emanan esas historias que de otro modo quedarían resguardadas en el indolente manto del olvido.

Milena fue y es estudiante de la FAMAF. Fue, porque empezó hace unos años, en el 2017, y luego abandonó. Es porque este año decidió volver a su carrera, la de sus anhelos e ilusiones: Astronomía. El jueves pasado se acercó a la SAE FAMAF, para notificar que había sido beneficiada con el usufructo de un casillero, esos que están en el segundo piso, al lado de la fotocopiadora del Centro de Estudiantes. No es extraño ver aves volando dentro del edificio, por lo general palomas, atrapadas durante el día por el error nocturno de haber buscado refugio. Por eso, cuando Millena percibió que a su izquierda un ave batía sus alas, mantuvo la calma. Sin embargo, no pudo evitar la sorpresa cuando sintió que se posaba sobre su cabeza. Rápidamente, un dato le borró la certeza de que se trataba de una paloma: “De reojo veo que hay una pluma larga, muy larga, que se asoma y cae por mi cabeza, con tintes marrones y blancos, y pienso ¡qué bello!”. Al ver la tranquilidad con la que Milena aceptaba una situación que para muchos podría ser al menos inquietante, María Eugenia, la Psicóloga que trabaja en la SAE, le pidió permiso para sacarle una foto. Unas horas más tarde, cuando paso por la ventanilla de su oficina, me muestra la imagen.

Alentada por la larga cola que pareciera entrecruzarse, Eugenia aventura: “una tijereta”. Sin entender mucho de aves, me inclino por la negativa, es ostensiblemente más grande y tiene algo en su plumaje que me recuerda al Cacuy, un ave extraña, excepcional pero cuya presencia en Córdoba es prácticamente imposible. Vamos entonces al diccionario enciclopédico, humano, de dudas y consultas: Guillermo Goldes: “Es el Atajacaminos, Mariano, cola de tijera, te digo porque hace años escribí un artículo para UNCiencia y en la Facu solían verse cerca de los talleres”. Un Atajacaminos macho, la larga cola en tijera lo indica.

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Misterioso sudario” se llamó la nota que publicó Goldes en agosto del año 2017. Narraba una anécdota que volvía a encontrar al Atajacaminos en un acontecimiento extraordinario pero fatal: Desandando las rutas cordobesas, a la altura de Ascochinga, un golpe sacude el tránsito hipnótico del auto de Guillermo sin otra señal que el ruido. Unos minutos más tarde, en una estación de servicio, baja del auto, lo revisa y lo sorprende la impresión, el sello indudable en la puerta del acompañante, de la figura inequívoca de un ave. Acá pueden leer la nota.

Ñan Arcaj es el nombre que tiene en quichua. Ñan, caminos; arcaj, el que ataja. En efecto, como especie tiene alguna familiaridad con el Cacuy, sus hábitos de cría y caza, pero a diferencia de aquel, el Atajacaminos es de presencia corriente en nuestra provincia. Su nombre, precisamente, proviene de sus hábitos nocturnos de caza: permanece en reposo incluso, a veces, contradiciendo su estado de alerta, con los ojos cerrados. Sus ojos, redondos y excesivos, reflejan de modo inquietante cualquier destello. Yace por lo general en el suelo, al costado de caminos o senderos, y ante la presencia de insectos o algún caminante, vuelan en forma ascendente e intempestivamente. La sorpresa del hombre frente al repentino movimiento, lo nombró Atajacaminos. La inclinación natural hacia la metáfora, seguida de una sonrisa cómplice, acuñó la expresión “cuidado que no te ataje un ñan arcaj”. El ave es de avistaje frecuente en Santiago del Estero, tanto que Peteco Carbajal lo nombra en la Chacarera de los Lagos: “Viniendo de los Naranjos/yo ví un ataja caminos/cual si descubrir quisiera/mis sueños de peregrino”.

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Pensando que era una Tijereta, Eugenia le contó a Milena la leyenda guaraní que a modo de mito la acompaña y explica. Un relato que conecta al ave con el recuerdo de personas que han fallecido. “Mi abuela falleció justamente hace un año. Siento que ella me acompaña, es un poco difícil hablar de eso, un poco me supera, aún vivo en su casa. Vivía con mi prima, las dos éramos las nietas” dice con voz entrecortada por la emoción. “Sinceramente fue hermoso que me dijeran que ese familiar, al cual extraño mucho, me acompaña en este nuevo periodo en el que estoy retomando los estudios. Me pone muy feliz pensar que está presente. La verdad al principio me asusté, pero traté de mantener la calma, no asustar al pobre pájaro que ya de por sí debe estar estresado por estar acá adentro y no encontrar la salida, como nos pasa a muchos de la Facultad. Pensamos que es una carrera difícil, ya sea Licenciatura en Matemática, Física o Astronomía, que no sabemos si estamos haciendo lo correcto o si elegimos bien.”

Atajando el camino de sus dudas, tal vez reafirmando el sendero que alguna vez se bifurcó pero que ahora encuentra nuevamente su unicidad, esa ave se posó sobre su cabeza, anudó historias, recuerdos e ilusiones y quedó fijada en una imagen que nos corrió, aunque sea unos minutos, de la predictible rutina.

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