De niña tuvo dos inquietudes: la música y las matemáticas. Eligió la segunda y el camino la llevó derecho a ser parte de la quinta cohorte que ingresó al IMAF. Fue la única mujer de su promoción en permanecer en la institución hasta su jubilación. No se dejó nada en el tintero y hoy, ya retirada, se da el gusto de la música.
Casilda, si tuvieras que describirte en pocas palabras, digamos con una definición, ¿cómo lo harias?
(suspira) He sido una docente de matemática con especialización en Estadística, que ha interactuado bastante con gente de otras áreas, como biólogos, por ejemplo. Gente que hacía sus trabajos de investigación y para el tratamiento estadístico de sus datos venía a pedir ayuda a la Facultad y, entonces, con un grupito de ahí, del grupo de Estadística, colaborábamos con ellos. Hemos participado en muchos trabajos de investigación haciendo el tratamiento estadístico de los datos.
Siempre con mucha vocación docente. He sido maestra normal, porque fui al Carbó cuando era Magisterio. y la docencia me ha gustado mucho siempre.
O sea que sos de acá, de Córdoba, de la ciudad.
No. Yo nací en la provincia de Tucumán. En Villaverde, un pueblito, y nos vinimos a Córdoba porque yo tenía paludismo. Los médicos en ese momento le dijeron a mi papá que tenía que cambiar de clima. Entonces, nos vinimos a Córdoba. Yo a los seis años ya estaba acá en Córdoba.
Y en tu familia, ¿eran de formación profesional? ¿Cómo son tus orígenes?
Mi papá y mi mamá, no. No tenían formación profesional. Mi papá era un español que se había venido en los años treinta y pico, o veintipico...Primero estuvo acá en la provincia de Córdoba, específicamente en Canals. Después fue a Tucumán, y ahí conoció a mi mamá. Mi papá era gerente en una tienda, La Mundial. Era una tienda grande que tenía muchas sucursales. Cuando él era gerente de la sucursal en Concepción nació mi hermana mayor. Después fue gerente en Villaverde y ahí nací yo.
Mi hermana terminó su secundaria y se dedicó al piano. Era profesora de piano y daba clases en el conservatorio Beethoven. Era excelente como pianista, tenía oído absoluto, era muy buena. Murió muy joven, a los treinta y ocho años, de un problema de corazón.
Y vos fuiste al Carbó, nos decías recién…
Yo hice el Carbó y siempre con la idea de estudiar matemática.
¿Sí? ¿De dónde venía esa inquietud peculiar?
Me parece que tenía cierta facilidad para resolver problemas, para entender los teoremas, ya desde la escuela secundaria. Y eso fue afianzando mi gusto por la matemática y...
¿Tenían una buena enseñanza de matemática?
En el Carbó teníamos muy buenos docentes, como la señora Colombini. Una muy buena docente que nos impulsaba (ríe) a estudiar. Digo que nos impulsaba porque nos tomaba la lección: nos hacía pasar a resolver ejercicios en el pizarrón permanentemente. Y eso le tocaba a cualquiera, a todos. Entonces, nos mantenía muy activos, sí.
Pero ¿tu gusto por la matemática nació ahí o era previa, de niña?
Era previo. Desde el primario que me gustaba, ¡me gustaba mucho la matemática! Me gustaba resolver problemas, me entusiasmaba más que cualquier otra área.
¿Tenés identificado algún disparador?
No. El gusto y la facilidad me venían desde chica, no se por qué. Pero el incentivo, el refuerzo, provino de esta profesora (Colombini) del secundario. Te cuento una pequeña anécdota: un día me hace pasar a mí. Quería que demostrara una teorema que ella nos estaba enseñando. Era de esos teoremas simples de geometría, con triángulos, y recuerdo que yo, en vez de poner el ABC común para los lados del triángulo, puse M, N, P o algunas otras letras. Uy, eso le pareció maravilloso y fue una cosa tremenda. Hizo un escándalo, un escándalo de entusiasmo [ríe]. Hasta hoy le recuerdo patente. Y pensándolo ahora, me parece que eso sí fue un poco como un disparador, porque me entusiasmó mucho... me entusiasmó realmente tanto que estudié matemáticas, y acá estamos.
E ingresaste al IMAF
Así es, ingresé al IMAF. Quinta promoción. Todo un tema, porque la anterior fue excepcional. Gente que después fueron matemáticos brillantes: Tito Grumbaum, Juan Tirao, Humberto Alagia, Johnny Kaplan, una chica Priery. Todo un grupo de matemáticos excepcionales. Eso nos apabullaba porque todos los profesores tenían esa referencia. Y nosotros veníamos por atrás, siendo unos simples estudiantes. Los que nos precedieron eran fuera de serie, todos, excepcionales. Y eso, auque uno no quiera, a algo de presión te somete.
¿Tuviste oportunidad de cursar con ellos alguna materia?
No, los tuve de ayudantes. Porque apenas había profesores, era bastante precario todo en ese sentido, en aquella época. Entonces los profesores viajaban desde Buenos Aires. Por caso el Dr. Enzo Gentile, que hizo tanto por la Facultad, por la matemática del IMAF. Llegaba los viernes y teníamos clases viernes y sábados, cada quince días. Intensísimas las clases y, claro, esan son semillitas que, aunque uno no se de cuenta en ese momento, son potentes y en algún momento germinan. Éramos pocos estudiantes, en realidad. A veces tuvimos cursos comunes porque juntaban, por ejemplo, tercero y cuarto año y venía Gentile y nos daba clase a todos juntos.
¿Y de la quinta cohorte, la tuya, qué nos podés decir?
(Ríe). Entre los que terminamos matemática estaba, por ejemplo: Ignacio Unsain, un andinista divino que era brillante, pero hizo muy poco en docencia y luego en su vida se dedicó a otra cosa. Terminó trepando yo creo, porque la montaña le tiraba (ríe). Y María Esther Moral, excepcional, medalla de oro. Una mujer fantástica y una compañera maravillosa. Recuerdo que por no rendir una o dos materias quedé medio año retrasada con respecto a ella. Ella terminó en el ‘66 y yo en febrero del '67. Ella fue suspendida por la dictadura de Onganía. Estaba recién casada, el marido estudiaba ingeniería, no trabajaba y ella era el sustento de la familia. Entonces el Dr. Maiztegui, viendo esa situación, fue al Taborín, que recién estaba en sus comienzos, y la recomendó como docente. Ahí ella pudo pasar ese año de suspensión. Después siguió haciendo cosas en el Taborín. Era una mujer excepcional, excelente persona.
¿Después se reincorporó al IMAF?
Después se reincorporó, estuvo un tiempo y terminó viviendo en Almafuerte, por trabajo del marido, y ya dejó. Es decir, dejó de trabajar en el IMAF, pero siguió enseñando en escuelas de Almafuerte.
¿Eran muchas mujeres en ese momento?
Al principio, en tercer año, que era cuando nos separábamos por carerras, éramos solo tres mujeres, nomás.
¿Tres sobre cuántos? Porque tampoco había muchos alumnos varones, ¿o sí?
Tres de unos diez, habremos sido, diez o nueve, quizás. Los demás, los varones, eran todos físicos y astrónomos. Las tres mujeres, Liliana Legar, que después se fue a Bélgica y dejó, María Ester y yo éramos las tres mujeres.
¿Era complicado como mujer dedicarse a la matemática?
Me parece que sí, era complicado. No si ibas a un profesorado, si ibas al Carbó, por ejemplo, estaba visto como más normal. El IMAF era visto como una cosa muy difícil, muy complicada, lejana "Uy, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué vas ahí? ¿Estás segura?" Todo el mundo te preguntaba, los amigos, la gente, porque tenía fama de ser muy difícil, y a lo mejor con poca salida laboral también. En ese momento no se vislumbraba mucho la salida. Y entonces te diría que sí, era complicado. Pero en el fondo, quizás no por ser mujer, sino… ¡por ser matemática, claro! Por el ritmo de estudio. En los primeros años en que nosotros cursamos, al tercer aplazo en una misma materia te quedabas fuera de la carrera, te ibas del IMAF. Después esa disposición se quitó, pero en aquella época inicial el Instituto era muy estricto.
¿Y te especializaste en estadística desde un inicio?
Bueno, no tan al inicio. Fue después de un tiempo. Primero hice mucha docencia, porque había que hacer docencia. Y fue cuando vino el profesor Elena, que estaba en Chile, era director o profesor en el CIEMES, el Centro Interamericano de Estudios en Matemáticas, en Santiago de Chile. Vino a visitarnos y él fue el que me impulsó: “vaya, que es una cosa corta, vaya a hacer un posgrado ahí”. Era un master en Estadística Matemática, un posgrado muy acelerado, de un año, que daban el título de máster, que aquí no existía.. Eran eran clases intensivas, mañana y tarde.
Entonces, tuve que tomar la decisión, con una hija de 14 años y un hijo de 9, de ir para Chile y dejar los chicos con el padre. Por supuesto que tuve muchísimo apoyo. Tenía un marido que entendía la cosa, porque era físico (Alberto Riveros), y sabía lo problemático que era hacer algo acá en ese momento, un posgrado, un doctorado.
Él me apoyó mucho y fui a hacer este master en Chile. Fue una experiencia hermosísima, pero durísima por la edad, por lo que significó. En esa época no había celular y las comunicaciones con la familia eran más complicadas. Año 1983.
¿Quiénes sufrieron más? Vos o los chicos, tu marido…
El varoncito sufría horrores. Cuenta el padre que se la pasaba haciendo dibujitos durante toda la semana para mandarle a la mamá, a mí. Se iban los sábados al correo central a hablarme por teléfono, para hacer llamada de larga distancia. Yo esperaba la llamada y hablábamos. El domingo me lo pasaba llorando todo el día. Mirá, ya lo tenía olvidado todo eso. Pero bueno, sirvió de mucho porque me dio una formación y pude compararme con gente que iba de toda Latinoamérica y ver que tenía un nivel muy bueno. En la formación de grado, en matemáticas tenías un nivel muy bueno, si comparabas con la gente que iba de otros lugares de Latinoamérica. Sobre todo, de Centroamérica había varios y había una diferencia muy grande en formación en matemática, a favor nuestro.
¿En qué se manifestaba esa diferencia?
Cuando había algún desarrollo un poco más complicado, donde intervenían muchas integrales o cosas así, por ejemplo, ahí hacían agua porque no tenían formación sólida. A lo mejor lo habían visto, pero no lo manejaban en forma fluida, no sabían muy bien manejar las herramientas matemáticas. Y hubo gente que tuvo que repetir el curso. A mí me fue muy bien, gracias a la formación que me dió IMAF.
Y cuando regresaste, ¿estaba el área Estadística creada acá en la Facultad?
Estaba muy incipiente. Oscar Bustos fue el que un poco lideró el grupo de probabilidad y estadística por bastante tiempo, y él nos apoyaba para hacer todos los trabajos de investigación y asesoramiento, sobre todo, a gente de la Universidad, de distintas disciplinas. Venían a pedir ayuda para el tratamiento de datos, en la parte estadística de sus problemas. Oscar siempre nos apoyó para que hiciéramos ese trabajo que realmente nos gustaba, porque sentíamos que estábamos brindando, haciendo, un poco de Extensión, sobre lo que uno había aprendido. Uno siempre se quedaba con la idea de que los matemáticos teóricos estaban en su jueguito, nomás (ríe). Ojo, es una forma de decir y lo hago con muchísimo respeto por mis colegas. Pero bueno, sentíamos que, por lo menos…lo que hacíamos resultaba útil para otros en forma inmediata, no se si me explico. Para nosotros eso era importante. Nos daba una sensación de servicio.
Después dirigí a alguna gente, y trabajé mucho con Patricia Bertolotto, que fue alumna mía y con Jorge Adrover, que también fue alumno mío. Con Jorge tenemos cierta relación cercana todavía, y con Patricia Bertolotto tenía una relación diaria.
Fuera del ámbito académico, ¿realizaron alguna otra tarea de servicio de este tipo?
No, solo nos movimos en el ámbito de la colaboración académica. Se daban muchos cursos a los profesores secundarios, a los que les hacía falta un poco de perfeccionamiento, de actualización. Cristián Sánchez instituyó un poco el sistema de aprender matemáticas resolviendo problemas. Y él decía: "A través de la resolución de problemas se aprende matemática". Eso se fue llevando mucho al secundario, a los profesores.
Pero, ¿Cristián Sánchez era miembro del grupo?
No, no. Cristián Sánchez era un geómetra. Pero con mucha vocación docente, y era claro, excelente docente. No sé si esta incursión será porque tuvo una hermana que era profesora de escuela secundaria, y veía lo que estaban necesitando los profesores secundarios. Entonces, con él formamos un grupo y dábamos clases. Él después fue decano, y yo fui su secretaria académica.
¿Cómo fue esa experiencia de gestión?
(Ríe) La gestión de tiempos duros. Ya no me acuerdo demasiado, pero había pocas secretarías. Y entre las que había, era muy importante, y tenía mucho trabajo, la secretaría académica. Eran la Secretaría General, la Secretaría Académica y creo que ninguna otra. Es más, por ahí pasaba todo el posgrado, el grado. Mucho trabajo, muchísimo trabajo. Despúes se creó la secretaría de posgrado, pero en mi época estaba todo junto.
¿Eso en qué año era?
Noventa y seis. El '96. Cuando a Cristián Sánchez lo reeligen en el '99, me pidió que siguiera en la secretaría y yo dije: "no, hasta acá llegamos. Muchas gracias”. Era mucho trabajo y dejabas toda la otra parte. Casi no podías ni hacer simple docencia , dar clase. Teníamos muchísimo trabajo porque pasaba todo por ahí: distribución docente, distribución de la gente de posgrado. Había un pilar inamovible, y al cual le agradecemos infinitamente, que era la señora de Milone. Ella sabía todo de todo, de todas las épocas del FAMAF, porque estaba desde el comienzo y era de una memoria impresionante, de una actividad impresionante. Ella era nodocente., y ha fallecido hace poco, no hace mucho. Pero era una nodocente brillante. Claro, venía de una familia de astrónomos, casada con un astrónomo (ríe).
Vos también hiciste familia acá.
Sí (ríe).
Pasaban el día acá y se casaban acá.
Claro, era todo. Esto te absorbía tanto, que no tenías tiempo de salir a conocer el mundo. Pero en realidad no fue nuestro caso, porque con Beto nos conocíamos desde la escuela secundaria.
¿Él también fue al Carbó?
Él también fue al Carbó. En cuarto y quinto año fuimos compañeros. En esa época el quería estudiar Agronomía. Él venía de La Rioja. La familia se había venido a Córdoba porque el hermano mayor ya empezaba la Universidad, medicina. Y él hizo cuarto y quinto año del secundario con la idea de hacer Agronomía, pero todavía no había Facultad de Ciencias Agropecuarias acá. Entonces, el padre le dijo: "Nos vinimos de La Rioja para acá para que estudien, y ahora te querés ir a Santa Fe? No” (ríe). Así que entró a estudiar física. Bueno, y ahí quedó, haciendo física. Todavía viene todos los días prácticamente. Y después a mi hija, claro, con esa imagen de padre y madre estudiando todo el día (ríe), no le quedó más remedio que estudiar matemáticas.
Por lo que ves a través de ella, ¿cambió mucho lo que es la vida académica contemporánea?
Yo creo que cambió, cambió mucho. Ahora lo toman como más normal, no sé. Lo que pasa es que antes no tenías los medios, entonces tenías que aprovechar todo lo que venía. Se iba haciendo a medida que la cosa transcurría. Entonces era duro, sí. Era de mucha dedicación. Pensabas: “Ahora viene tal persona, y da tal curso y habrá que tomarlo”. Y había que tomarlo.
Casilda, ¿y te quedó algo en el tintero? ¿Algo que te quedó pendiente de hacer?
No, porque hice todo lo que me gustaba, lo que podía. Te confieso que hay otra faceta que siempre me persiguió, que es la música, me encanta la música. Entonces, ahora formo parte de un coro y es mi cable a tierra. Eso me tiene muy contenta, me encanta. Era algo pendiente. Yo estudié piano de chica. En esa época no te mandaban a inglés, te mandaban a piano. Me recibí de maestra de piano. Pero ahí quedó el piano, ¿viste? Era algo que siempre tuve pendiente y ahora yo tengo mi...¿cómo se llama? Un pianito.
¿Un teclado?
Sí. Un teclado, un teclado muy simple, chiquito. No hace muchos años que lo tengo. Y entonces, cuando nos dan partituras nuevas en el coro, repaso un poco, porque si uno no lo hace, hasta la próxima vez que va al ensayo se olvida de los arreglos.
¿Alguna vez te arrepentiste de haberte dedicado a las matemáticas?
¿De haber estudiado matemáticas? No, lo hacía con gusto. Estaba muy marcada desde chica en qué iba a hacer. Y más por la matemática que por la música, porque lo que pasa es que tenía a mi hermana que era buenísima para la música. Entonces, yo creo que me comparaba y decía: "Ella es brillante. Yo en la música, a ese nivel no llegaré nunca jamás". Entonces, la otra cosa que me gustaba mucho era la matemática. Y ahí fuimos. Y no, y no me arrepiento para nada. Fue muy lindo. Es muy lindo.
Muchas gracias.
De nada. A ustedes.